Sinopsis: Durante años, Don Roque fue conocido en su comunidad por una costumbre peculiar: siempre acudía a votar, pero jamás marcaba una opción. Su voto era blanco, silencioso, como un acto de protesta que pocos comprendían. Algunos lo veían como indiferente, otros como sabio.
Pero un día, un acontecimiento inesperado en su cooperativa lo llevó a cuestionar su postura. Al observar cómo decisiones clave quedaban en manos de unos pocos, comenzó a comprender que la neutralidad también tiene consecuencias.
“El voto de Don Roque” es una historia sobre el despertar cívico, la importancia de la participación activa y cómo, en las cooperativas y en la vida, cada decisión —incluso la de no decidir— impacta a toda la comunidad. Una fábula moderna que nos invita a ejercer nuestro derecho y deber con responsabilidad, conciencia y compromiso.
En un pequeño pueblo de calles empedradas y relojes que parecían ir a su propio ritmo, vivía Don Roque, un hombre que había cruzado ya los setenta años y que, sin buscarlo, se había convertido en parte del paisaje habitual del lugar.
Siempre con sombrero de ala ancha, bastón de madera y un gesto apacible, recorría cada mañana la misma ruta: la plaza, el café de la esquina y, al final del día, el parque donde se sentaba a observar sin prisa.
Era respetado por todos, aunque poco sabían de su vida. Algunos decían que había sido maestro, otros que había trabajado en el ferrocarril. Lo cierto es que Don Roque hablaba poco, sonreía mucho y, sobre todo, guardaba un ritual sagrado: cada vez que había elecciones, fuera municipales, estatales, escolares o cooperativas, acudía puntual a votar... pero su voto siempre era en blanco.
No era un secreto. Él mismo lo decía, sin arrogancia ni culpa:
—Yo voto, sí... pero nunca por ninguno. Que se arreglen entre ellos.
Este gesto, que algunos veían como indiferencia, otros lo interpretaban como protesta silenciosa. Don Roque, sin embargo, nunca lo explicaba del todo. Para él, era suficiente con cumplir su “acto cívico” sin tomar partido.
Pasaron los años, los alcaldes cambiaban, los comités comunitarios rotaban, las cooperativas del pueblo seguían su curso... y Don Roque seguía con su costumbre inmutable.
Hasta que un día algo cambió.
En la cooperativa agrícola del pueblo —la misma que había nacido décadas atrás para mejorar las condiciones de los campesinos locales— se anunció una asamblea extraordinaria. El motivo: elegir a los nuevos integrantes del consejo directivo.
La situación era tensa. En los últimos años, la participación de los socios había disminuido. Se repetían los rostros en los cargos, y las decisiones se tomaban entre pocos. A pesar de ello, Don Roque, que también era socio fundador de la cooperativa aunque ya no cultivaba, asistió como siempre. Se sentó en su silla, escuchó los discursos y, cuando llegó el momento de votar, tomó su papeleta... y la dejó en blanco.
Pero esta vez no fue como siempre.
A la salida, una joven llamada Amalia —socia nueva y entusiasta promotora de la participación juvenil— se le acercó. Con respeto, pero sin rodeos, le dijo:
—Don Roque, ¿puedo preguntarle algo?
—Claro, niña, dime.
—¿Por qué vota siempre en blanco?
Él sonrió. No era la primera vez que le preguntaban, pero sí la primera que se lo preguntaban con genuino interés y no con crítica.
—Porque ninguno me convence del todo —respondió tranquilo—. Y prefiero no equivocarme.
Amalia se quedó en silencio. Luego replicó, sin juzgar:
—¿Y no cree que al no elegir a nadie, permite que otros decidan por usted? ¿Que quizás su voto, si fuera con intención, podría marcar una diferencia?
Don Roque se encogió de hombros.
—Tal vez. Pero ya estoy grande, hija. Que los jóvenes se encarguen de eso.
Amalia le miró a los ojos. No le sermoneó, no insistió. Solo le dijo:
—Justo por eso, Don Roque. Porque usted tiene experiencia. Porque usted ha visto más que nosotros. Porque su voz también cuenta... y mucho.
Esa noche, Don Roque no durmió bien.
Los días siguientes fueron distintos. Don Roque empezó a recordar cosas que había enterrado hace tiempo: las asambleas fundacionales de la cooperativa, los debates acalorados en los que participó, las decisiones que transformaron vidas… y cómo, poco a poco, se fue alejando, decepcionado por egos, peleas o promesas rotas.
Recordó también cuando, hace décadas, un voto suyo ayudó a elegir al presidente que logró que el agua llegara a todos los campos. O cuando defendió la permanencia del fondo común que permitió a muchas familias sobrevivir una sequía.
Pensó en su voto. En todos los votos blancos que había depositado. En las veces que su silencio tal vez no fue neutralidad, sino una forma de renunciar a algo más grande.
Y sin darse cuenta, algo dentro de él germinó.
La siguiente asamblea general no tardó en llegar. Esta vez, además de renovar cargos, se debatiría la creación de una nueva cooperativa de ahorro para jóvenes emprendedores del pueblo. Una propuesta arriesgada, pero con mucho potencial.
Don Roque llegó temprano. Saludó a todos, se sentó adelante, escuchó con atención... y al momento de la votación, levantó la mano y pidió la palabra. Los presentes, sorprendidos, guardaron silencio.
—Quiero decir algo antes de votar —dijo con voz firme—.
Durante muchos años voté en blanco, pensando que era lo mejor. Que no me equivocaba así. Pero hoy me doy cuenta de que, al no decidir, dejé que otros decidieran por mí... y por todos. Hoy quiero votar con responsabilidad. Y quiero invitarles a que nunca dejen de participar, aunque se equivoquen.
Porque equivocarse es parte del camino, pero callar... es dejar que otros lo recorran por nosotros.
El aplauso fue largo, sentido.
Y por primera vez en décadas, Don Roque marcó su elección con plena conciencia. No eligió al más popular, ni al que prometía más. Eligió al que, a su juicio, representaba mejor el espíritu cooperativo. Eligió sabiendo que, más allá del resultado, lo importante era comprometerse.
Desde aquel día, muchos notaron algo distinto. Don Roque empezó a participar más activamente. No en cargos, porque ya no buscaba eso, sino como guía, como mentor. Compartía historias, escuchaba propuestas, orientaba sin imponer. Se convirtió en lo que en las cooperativas llaman un "agente de cambio silencioso": alguien que, desde su experiencia, inspira sin buscar reflectores.
Amalia solía decir que Don Roque no cambió de opinión de un día para otro. Cambió de lugar: pasó de ser un espectador pasivo a un constructor colectivo. Y eso, en una comunidad, marca toda la diferencia.
🗳️ Moraleja cooperativa
En las cooperativas, como en la vida, la participación no es un lujo: es una responsabilidad compartida. Cada voz importa. Cada voto tiene peso. Y aunque a veces dudemos, lo que no debemos permitir es que la indiferencia construya por nosotros.
Porque cuando un socio decide no participar, no está siendo neutral. Está cediendo su poder a quienes sí lo hacen, bien o mal.
Votar, opinar, proponer, construir… son formas de sembrar el futuro.
Y como Don Roque aprendió, nunca es tarde para volver a creer que nuestra voz también es parte de ese mañana que todos queremos.
🖋️ Este relato forma parte de la colección original Historias Solidarias desarrollada por Ramón Imperial Zúñiga para 5to-Principio.
La importancia de la participación consciente.
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