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El ratón y la gran cooperativa

Sinopsis: En una enorme tienda cooperativa admirada por su éxito y tamaño, todo parecía funcionar a la perfección... hasta que comenzaron a surgir pequeños errores inexplicables. Nadie prestaba atención, hasta que un pequeño ratón llamado Roquillo, curioso y observador, empezó a notar lo que otros ignoraban.

Con discreción, fue resolviendo problemas, uniendo piezas y recordando a todos lo que realmente sostenía el espíritu cooperativo: la solidaridad con los más pequeños.

Esta historia, contada con un tono amable y lleno de enseñanzas, nos invita a reflexionar sobre cómo en las cooperativas, como en la vida, a veces quienes menos se ven son los que más sostienen. Una fábula moderna sobre inclusión, equidad y el verdadero sentido de comunidad.


En una ciudad donde las fachadas parecían todas iguales y los letreros brillaban sin descanso, existía una gran tienda cooperativa llamada La Colmena. Ocupaba una esquina entera del centro y era conocida en toda la región por su variedad de productos, sus precios justos y su atención amable.

Desde fuera, se veía como un ejemplo de cooperativismo moderno y eficiente. Sus vitrinas relucientes, sus pasillos ordenados, su organización ejemplar.

Pero dentro de sus paredes también vivía alguien más. No en los registros ni en las listas de socios, sino en los rincones olvidados. Su nombre era Roquillo, un pequeño ratón gris de ojos brillantes y bigotes atentos. Nadie sabía de su existencia. O al menos, nadie lo admitía.

Roquillo no causaba daño. No roía cables ni dejaba rastros. Solo observaba. Escuchaba las reuniones desde su escondite tras la caja de cereal orgánico.

Veía cómo los gerentes se reunían, cómo los socios llegaban a dejar sus votos, cómo los trabajadores se saludaban con prisas. Y poco a poco, fue entendiendo el funcionamiento de aquella gran cooperativa. O eso creía.

Una noche, mientras la tienda dormía, Roquillo se acercó a la pizarra de anuncios. Allí leyó algo que le llamó la atención: "Asamblea General. Todos los socios están invitados a opinar, votar y construir juntos".

Roquillo se preguntó: “¿Y si yo también pudiera opinar?”. Claro, era un ratón.

Pero también conocía la tienda. Sabía dónde faltaban productos, cuándo se desperdiciaba comida, qué pasillos eran intransitables para los más pequeños. Sabía cosas que nadie parecía notar.

Entonces tomó una decisión. Esa misma noche, mientras los papeles estaban a la vista, escribió una nota con su caligrafía diminuta:

"A quienes dirigen La Colmena: Hay detalles que ustedes no ven. Yo sí. No para criticar, sino para ayudar. Si alguna vez quieren escuchar a un ratón, estaré dispuesto".

Firmó simplemente: Roquillo. Y dejó la nota clavada con un alfiler en el mural de sugerencias.

A la mañana siguiente, hubo desconcierto. Algunos pensaron que era una broma interna. Otros se molestaron. El gerente de operaciones pidió revisar las cámaras. Pero no encontraron nada. Nadie le dio importancia. Excepto una persona: Lina, una joven encargada de limpieza y socia reciente.

Lina, con más intuición que pruebas, comenzó a dejar pequeños trozos de pan cerca del mural. Junto a ellos, notas breves: "¿Qué cosas ves que nosotros no?", "¿Cómo podríamos mejorar los rincones olvidados?".

Roquillo, sorprendido, respondió. Cada noche dejaba una sugerencia distinta. Decía, por ejemplo, que las donaciones a familias necesitadas se almacenaban cerca de productos vencidos y que eso enviaba un mal mensaje.

O que la cooperativa tenía escaleras imposibles para ancianos y carritos con ruedas flojas. O que los empleados de limpieza no tenían un espacio digno donde descansar.

Durante semanas, ese diálogo anónimo floreció. Lina compartió las notas con algunos compañeros. Empezaron a tomarlas en serio. Algunas mejoras se hicieron. Sin decirlo abiertamente, varios empezaron a esperar la siguiente nota del ratón.

Hasta que llegó el día de la Asamblea General. El auditorio estaba lleno. Las autoridades se sentaron al frente, la orden del día fue leída, y comenzaron las exposiciones. Entre ellas, Lina pidió la palabra.

Con voz temblorosa, contó la historia del ratón. Hubo risas, escepticismo, incluso burlas. Pero también hubo silencio. Porque muchos sabían que las sugerencias eran reales. Con datos. Con observación. Con sentido solidario.

—Tal vez no importa si el ratón existe o no —dijo Lina, más segura—. Lo importante es que nos hace mirar donde no miramos. Pensar en quienes no tienen voz. En los socios olvidados. En los empleados invisibles. En los clientes que no se quejan pero no regresan.

El presidente del consejo la interrumpió:

—Agradecemos la intención, pero este espacio es serio. No estamos para cuentos.

Entonces, al fondo de la sala, una anciana se puso de pie. Era Doña Melina, socia fundadora.

—Perdón, pero las mejores historias empiezan como cuentos. Y este ratón ha hecho más por el espíritu cooperativo que muchos de nosotros en los últimos años.

Hubo aplausos. No generalizados, pero sinceros. Alguien propuso que, como ejercicio, se creara un Comité de los Invisibles, encargado de escuchar a quienes no suelen hablar: empleados nuevos, proveedores pequeños, clientes silenciosos.

La idea fue votada. Ganó por pocos votos. Pero ganó.

Desde entonces, La Colmena empezó a transformarse. Se crearon espacios de escucha. Se rediseñaron zonas olvidadas. Se aumentaron las oportunidades para los socios con menos participación. Se revaloraron tareas "pequeñas". Y en una de las paredes, junto al mural de anuncios, se colocó una pequeña placa que decía:

"A Roquillo, por recordarnos que el cooperativismo empieza en los rincones".

El ratón siguió allí. Nunca se mostró. Nunca reclamó nada. Solo sonrió desde su escondite, viendo que, al fin, una gran tienda también podía tener un corazón tan pequeño como sincero.

Reflexión para cooperativas y la ESS

En muchas organizaciones, los más pequeños no tienen voz. No porque no la tengan, sino porque nadie escucha. Pero el cooperativismo nace de la igualdad, del acceso, de la justicia. Y si una cooperativa crece tanto que olvida a los más chicos, entonces ha dejado de ser cooperativa.

El valor de la equidad está en mirar lo invisible. En preguntar a quienes no hablan. En ir más allá del centro iluminado y visitar las esquinas. Allí están los Roquillos de cada organización.

Mensaje final para cooperativistas

La grandeza de una cooperativa no se mide por el tamaño de su edificio, sino por la capacidad de no olvidar a quienes la sostienen en silencio.

Porque a veces, una mirada pequeña puede ver lo que los grandes ojos no ven.

Y si en tu cooperativa hay un Roquillo escondido... tal vez es hora de escucharlo.

🖋️ Este relato forma parte de la colección original Historias Solidarias desarrollada por Ramón Imperial Zúñiga para 5to-Principio.

Hasta el más pequeño puede inspirar los cambios más grandes.

Autor del Artículo:

Ramón Imperial Zúñiga

Socio fundador de la Academia Online 5to-Principio y la Cooperativa PINOS, Consultor en Cooperativismo y ESS especialista en Estrategia y Gobernanza, Reconocido escritor con 40 años de experiencia internacional en liderazgo cooperativo.

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